El recuerdo de Madeleine Albright sobrevuela Ucrania

El recuerdo de Madeleine Albright sobrevuela Ucrania

Internacional Muere Madeleine Albright, la primera mujer que lideró la diplomacia de EEUU

Nadie escoge el momento de su muerte, pero Madeleine Albright ha fallecido de cáncer en un momento de especial simbolismo. Aunque todos los titulares recuerdan que ella fue la primera mujer en ocupar el cargo de secretaria de Estado (y la segunda embajadora en la ONU, tras la republicana Jeane Kirkpatrick, con Ronald Reagan), lo más relevante este marzo de 2022 es el momento histórico en el que ejerció el cargo. Albright fue la máxima responsable de la diplomacia estadounidense de 1997 a 2000.

Bajo su mandato se produjo el bombardeo de la OTAN de Yugoslavia – entonces compuesta por Serbia y Montenegro, hoy dos países independientes -, en el que la Alianza Atlántica, entonces formada por 19 países, bombardeó durante dos meses y medio a ese país hasta que éste accedió a abandonar Kosovo, un territorio cuya independencia no aceptaba y en el que, para contener la secesión, estaba cometiendo violaciones masiva de los Derechos Humanos.

Serbia es el país europeo con más simpatías por Rusia en la guerra de Ucrania. Una guerra en la que la retórica – puramente expansionista -, los métodos – bombardeos de ciudades y, posiblemente, limpiezas étnicas – y las operaciones militares – un caos – recuerdan mucho a la del dictador yugoslavo de los noventa Slobodan Milosevic. La intervención de la OTAN en Yugoslavia fue una continuación, expandida, de la realizada tres años y medio antes en Kosovo. La base era la misma que arguyen los partidarios de dar armas más potentes a Ucrania: una intervención humanitaria. Las dudas no eran tan disimilares: aunque Yugoslavia no tenía capacidad para atacar a la OTAN, y muchísimo menos armas nucleares, existía el temor de que lo que comenzara como una intervención limitada acabara transformándose en una ocupación permanente y sin objetivos definidos.

Rusia apoyaba a Yugoslavia. Pero era una Rusia diferente. El país estaba tratando, sin éxito, de acercarse a Occidente. El presidente, Boris Yeltsin, vetó la entrega de armas antiaéreas a Yugoslavia que, aun así, logró derribar un avión indetectable al radar F-117 estadounidense. Algunos dijeron que lo hizo con un misil chino. Sea como fuere, cinco semanas después del incidente, Estados Unidos bombardeó la embajada china en Belgrado.

Albright resumió su filosofía en una frase mítica que lanzó al hombre que la sucedería en el cargo, Colin Powell, cuando éste era jefe del Estado Mayor de Estados Unidos y se oponía a intervenir en Yugoslavia: «¿Cuál es el propósito de tener estas Fuerzas Armadas tan increíbles de las que usted siempre habla si nos las podemos usar?» Powell murió hace apenas seis meses, a la misma edad que Albright, 84 años, en su caso por Covid-19.

Mientras estuvo en el Ejército, el general se opuso a las guerras que no tuvieran una finalidad muy definida. Paradójicamente, luego respaldó, en el Gobierno, la invasión de Irak. Albright fue siempre, tanto en la teoría como en la práctica, mucho más intervencionista. En Kosovo cimentó los principios del ‘intervencionismo humanitario’, que hasta entonces había sido, con unas pocas excepciones – la principal, la intervención en Somalia lanzada en 1992 por George Bush ‘padre’ y el antes mencionado bombardeo de Bosnia en 1994 – poco más que una teoría para académicos. Pero también fue muy realista. Al intervenir en Yugoslavia, demostró que la OTAN tenía una razón de ser aunque la Unión Soviética ya no existiera.

Albright no solo era realista. También era dura. En 1996, cuando era embajadora en la ONU, una periodista le preguntó sobre el hecho de que, debido al bloqueo internacional establecido por esa organización a instancias de Estados Unidos, habían muerto más de medio millón de niños en Irak en solo cinco años. «Es algo muy difícil, pero vale la pena», respondió. Nueve años más tarde, en otra entrevista, admitió que ésa «fue una frase estúpida. No debería haberla dicho».

La secretaria de Estado, que era famosa por su inagotable colección de gigantescos broches, tardó en imponer esos principios de «internacionalismo muscular», como algunos llaman a su política. Durante el primer mandato de Bill Clinton, cuando fue embajadora en Naciones Unidas, no logró que Washington interviniera antes en Bosnia, donde la OTAN solo forzó la paz con su bombardeo cuando ya habían muerto 100.000 personas. Estando en ese cargo, se produjo el genocidio tutsi en Ruanda, en el que fueron asesinadas unas 800.000 personas en tres meses. EEUU tampoco intervino. De hecho, el único país que lo hizo fue Francia, pero para apoyar a los soldados y milicianos hutus que habían cometido el genocidio. Albright reconocería más tarde que «mi mayor remordimiento de mis años de vida pública es el fracaso de Estados Unidos y de la comunidad internacional en actuar antes en esos crímenes».

Albright, sin embargo, no era ninguna buenista, por emplear un término que en aquella época no existía. Algunas de sus frases crearon -y siguen creando – controversia. No solo la de Irak. También por ejemplo, la que dedicó en 1998 a su propio país: «Somos la nación indispensable. Somos más altos y vemos más lejos en el futuro que los demás países». O la que escribió en un comunicado tras el primer gran atentado de Al Qaeda, contra las embajadas estadounidenses en Kenia y Tanzania, aquel mismo año: «Nuestra memoria es buena y nuestro brazo largo». Pocos días después, EEUU bombardeó Sudán y Afganistán.

Como Henry Kissinger – otro gigante de la diplomacia estadounidense, que ahí sigue a sus 98 años -, Albright no era estadounidense. Nació en Praga en Checoslovaquia. A los once años, su familia emigró a Estados Unidos. Pero ella sólo se enteró de su historia familiar verdadera por la prensa, mucho después. Fue en 1997. Albright estaba a punto de ser confirmada secretaria de Estado cuando el ‘Washington Post’ publicó la verdadera historia de su familia. Sus padres no se habían hecho católicos hasta 1941, cuando ella tenía cuatro años. Lo hicieron para sobrevivir. Eran judíos, y, en la Checoslovaquia de entonces, eso significaba ir directamente a un campo de exterminio. La pequeña Madeleine se crio católica, aunque luego se hizo episcopaliana para casarse en 1959 con Joseph Medill Albright, el millonario heredero de una de las mayores cadenas de periódicos de EEUU. En 1982 se divorciaron.

A Albright no se le volvieron a conocer relaciones. Su vida desde entonces fue la actividad pública y, desde su salida del Gobierno, el private equity, primero, y consultora especializada en asesoramiento en asuntos públicos a empresas fuera de EEUU – con lo que no tiene que no tiene que registrarse como ‘lobby’, lo que facilita la contratación de ex altos cargos del Gobierno – Albright Stonebridge Group (ASG), una de las compañías líderes del sector en EEUU.