Berlusconi: «Putin sólo quería cambiar a Zelenski por gente de bien»

Hubo una época, hasta hace no mucho, en la que un comentario fuera de tono, un artículo escrito en el periódico del instituto o una posición controvertida en un debate en la universidad eran suficientes para acabar con la carrera de un político, un juez o un alto funcionario norteamericano, pero llegó Trump y ahora todo, por delirante que sea, tiene un pase. Si en Italia hubo algo parecido, una era en la que los comentarios inadmisibles, las posiciones indefendibles o levantar el brazo al modo fascista en una celebración eran punto y final para las aspiraciones políticas, ya nadie la recuerda.
El jueves por la noche, en un programa de televisión, Berlusconi volvió una vez más a saltarse todas las reglas, pero no por las formas, con algún comentario machista o lascivo, sino en el fondo. En esta campaña electoral, su partido, Forza Italia, va de la mano de la Liga de Matteo Salvini y Hermanos de Italia, de Giorgia Meloni, y durante meses el argumentario de los suyos es que Forza Italia era el ancla que los mantenía firmes en las posiciones europeístas, atlantistas. Que ante las tentaciones de Meloni y Salvini, defensores, simpatizantes y a veces ambas cosas a la vez, de Vladimir Putin, Viktor Orban y otros líderes autoritarios, ellos evitarían sustos. Hasta que Il Cavaliere cogió el micrófono y dijo, como es habitual, lo que le dio la gana, pegando un tiro en los pies de su formación.
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Preguntado por Bruno Vespa, uno de los presentadores más célebres del país, por la guerra en Ucrania, el ex primer ministro hizo una interpretación muy singular de lo que ha ocurrido desde febrero, de las motivaciones de su amigo Vladimir Putin, al que a menudo llama «hermano pequeño» y de lo que deberían haber hecho las tropas ocupantes. «A Putin le dijeron que Zelenski había aumentado los ataques contra las fuerzas [del Donbás] y las fronteras, que había ya 16.000 muertos, y por favor defiéndanos porque si no lo haces tú no sabemos qué va a pasar. Él se vio empujado por su población, su partido, sus ministros a inventarse esta operación especial, así la llamaron, para entrar, en una semana llegar a Kiev y sustituir por gente de bien el gobierno de Zelenski y retirarse», dijo Berlusconi para estupefacción de media Italia.
Tras un escándalo mayúsculo que ayer mismo cruzó fronteras, infinitas críticas, manos a la cabeza en Bruselas y varios reproches a los miembros del Partido Popular Europeo que durante estas semanas han bendecido la coalición con Meloni y Salvini amparándose precisamente en el papel de Forza Italia, miembro de la familia popular, Berlusconi ha intentado arreglarlo explicando que simplemente estaba haciendo de «cronista» y explicando lo que otros dicen y la visión que da Putin, pero no la suya. Ha asegurado que no comparte esa tesis y que está del lado ucraniano en el conflicto, pero no ha convencido a casi nadie. Es conocida su cercanía a Putin y sus posiciones heterodoxas en la material, pero además el lenguaje es demoledor. No es sólo hablar de «gente de bien», una expresión que utiliza a menudo para hablar de sus votantes y su gente, sino la crítica al Kremlin por no haber mantenido la presencia militar (sólo) en Kiev.
«Se encontraron resistencia imprevista e impredecible de los ucranianos, ayudadas con armas de todo tipo de Occidente. Ahora la guerra lleva 200 días, cada día suben los muertos, la situación es muy difícil de tener bajo control porque no entiendo por qué los rusos se han ido por el país, porque según mi opinión debían quedarse alrededor de Kiev. Me siento mal cuando oigo hablar de los muertos, porque la guerra es la locura de las locuras», zanjó ante las cámaras.
Berlusconi lleva décadas pasado de vueltas, diciendo lo primero que le pasa por la cabeza y sin consecuencias. Su partido ha quedado reducido a una mínima expresión, porque sus votantes se han ido hacia líderes más jóvenes, más agresivos, que han pulido, perfeccionado y radicalizado sus métodos (de la televisión a las redes sociales) y sus mensajes. Pero su herencia en la política italiana es clara.
Esta semana uno de los escándalos, también sin ninguna consecuencia práctica, fue el vídeo que recogía a Romano La Russa, un cargo de Hermanos de Italia y hermano de Ignazio la Russa, fundador de Hermanos, muy cercano a Meloni y peso pesado, haciendo el saludo fascista en un funeral. No hay duda alguna sobre la acción, la intención y el simbolismo. Era el funeral de un fascista y fue despedido por los suyos de forma acorde. Tras explicaciones dubitativas que intentaban de forma imposible justificar la imagen, asegurando que la Russa de hecho intentaba que nadie levantara el brazo, el partido y la familia han tirado de algo que funciona mucho mejor en el país: la comprensión. El muerto, decía, era familia, y había pedido ser despedido según sus ideales y ahí el consejero de Hermanos estaba en un dilema imposible, así que hizo de mala gana, señalan, el último homenaje a su amigo.
Matteo Salvini ha zanjado el tema diciendo que La Russa «se podía haber ahorrado» el gesto y Meloni, célebre por vídeos de juventud defendiendo a Mussolini como «un gran político» y su pertenencia al entorno posfascista, ha despejado también la cuestión, e ignorado las críticas por una acalorada intervención en un mitin en el que azuzaba a las masas asegurando que sueña con una nación en el que puedan «volver a levantar la cabeza después de años sin poder hablar por miedo y que puedan volver a decir lo que piensan sin perder el puesto de trabajo».
Desde hace años, justo antes de cada votación, la prensa italiana asedia a los líderes europeos, y en especial a los de las instituciones comunitarias, para que se pronuncien sobre la política italiana y los candidatos más polémicos o euroescépticos. En el pasado, las palabras de Jean-Claude Juncker fueron munición gratis para Salvini, que aprovechaba cada palabra desde Bruselas para ganar apoyo sosteniendo una narrativa de libertad frente a opresión: «cada vez que abre la boca me da votos», se burlaba del ex presidente de la Comisión.
Esta campaña, con dos líderes claramente vistos con preocupación desde Europa, la tentación era mayor, y de forma inexplicable, y a tres días de la apertura de urnas, la presidenta de la Comisión Europea cometió el mismo error de su predecesor entrando al trapo en la cuestión, sin nada que ganar, mucho que perder y una falta de astucia inexplicable.
Preguntada en Princeton (EEUU) por una posible deriva autoritaria o contra el Estado de Derecho en Italia su Meloni gobierna el país, Von der Leyen optó por no esquivar la cuestión, entrar de lleno y dar aún más carnaza a sus críticos italianos. «Nosotros trabajaremos con cualquier gobierno democrático que quiera trabajar con nosotros», dijo, «pero si las cosas van por el mal camino, tenemos instrumentos para responder», añadió haciendo referencia directa a lo que ha ocurrido en y con Hungría o Polonia.
La alemana, con una falta de habilidad llamativa, siguió profundizando en la cuestión, al decir que la UE no puede funcionar si al Consejo Europeo llega alguien nuevo «pidiendo, pidiendo, pidiendo» para contentar a sus bases. Von der Leyen no dijo que si gana Meloni habrá consecuencias, sino que, ante la pregunta de una alumna de doctorado anticipando un choque, a punto que si el país escoge la vía de la confrontación, como han hecho otros con los que Meloni simpatiza, la UE dispone de las herramientas para responder, como ha ocurrido de diferentes formas con Budapest y Varsovia. Pero el daño estaba hecho.
Salvini y la Lega han respondiendo inmediatamente calificando de «amenaza repugnante y sórdida» de Bruselas lo escuchado, una «intromisión» y ha prometido «que no habrá chantaje y el voto será libre»